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sábado, 29 de septiembre de 2012

Crema de cebolla y zanahoria

Para alegría de unos pocos, yo entre ellos, con el frío comienza por fin la época de las sopas calentitas. Creía que ya tenía alguna crema de zanahoria en el blog, pero no es así; ésta es muy parecida a otras que he preparado, con la diferencia de que doré durante laaargo rato la cebolla (casi como si fuera para una sopa de cebolla a la francesa) y la zanahoria para que caramelizaran un poco y quedara una sopa más dulce.
Por lo demás, poca diferencia: para 2 personas usé apenas una cebolla de buen tamaño, tres zanahorias hermosas, un diente de ajo y una patata pequeña. La dejé bien espesa a propósito - ahora que llega el frío me apetecía una sopa más contundente - y la serví con una picada como ya he hecho otras veces, preparada con migas que tenía congeladas de una de las últimas broas que hice en casa. 
Se puede preparar un poco más fina dejando algo más de caldo, pasándola por un chino o un pasapurés o añadiendo algo de nata o leche. Yo esta vez la he tomado así, con todas las vitaminas que buena falta me hacen para curarme el catarro que me tiene encerrada en casa desde hace días y más aburrida que una mona enjaulada. Me consuelo cocinando y disfrutando de la estupenda sensación que da dormir con edredón por primera vez después de tanto tiempo :)

martes, 25 de septiembre de 2012

Pan Borodinsky

100% centeno y muchas semillas de cilantro. Ruso, rrrrrruso. Y un gran amigo de la mantequilla.
Hasta hace bien poco los panes con porcentajes elevados de centeno no me entusiasmaban, pero es de ese tipo de cosas a las que te vas acostumbrando poco a poco, sin darte cuenta, y un día descubres lo mucho que te gustan. Además son panes fáciles de hacer, que apenas se amasan, y en este caso con una única fermentación. 
La receta es la que hay publicada en El Foro del pan. En ese mismo hilo se discute si el "auténtico" es 100% centeno o lleva trigo (como uno que compré hace tiempo); yo he optado por la versión 100% centeno, y he seguido la receta más o menos a rajatabla salvo por la melaza, que no tenía y no se la puse. Creo que se echa de menos, porque el pan tiene el dulzor propio del centeno pero creo que hubiera agradecido un poco más, la próxima lo haré así. Ajusté las cantidades al calor que todavía hace en mi casa y  la receta quedó más o menos así:
-200 g. de masa madre de centeno claro, bien madura
-300 g. de harina de centeno
-1 cucharadita de harina de malta tostada (podría haber puesto más)
-1 cucharadita generosa de semillas de cilantro, molidas en el mortero
-1 cucharadita rasa de sal
-agua, la que admita (como diría mi abuela)
Todo está estupendamente explicado en la receta que enlazo, pero pongo cómo lo hice yo para recordarlo. Mezclé la masa madre con un poco de agua (unos 150 g.) y añadí el resto de ingredientes, reservando unas poquitas semillas para poner encima del pan. Seguí añadiendo agua hasta que la masa tuvo el punto que buscaba, como una especie de barro no muy denso. 
Entonces se engrasa un molde (el mío mide 20x11 cm.), se añaden unas poquitas semillas de cilantro en el fondo (yo no lo hice porque no me gustan enteras) y se pone dentro la masa, alisándola con la mano mojada. 
Se espera a que doble de tamaño, y se hornea unos 50-55 minutos, los primeros 10 o 15 a 250º y después a 200º. Una vez frío el pan se envuelve en papel y se deja reposar unos dos días antes de abrirlo (si no, queda una miga gelatinosa).
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Es un pan muy rico (si te gusta el centeno a lo bruto, claro), que como he dicho antes queda fantástico con mantequilla (al contrario que el pan blanco, mucho mejor bien fría, sin derretir). El olor del cilantro es estupendo, y como las semillas no solemos usarlas a menudo en España resulta bastante sorprendente, aunque no tan invasivo como las hojas: antes de ponérselo se lo dí a oler a M.A. y a una amiga sin decirles qué era y los dos dijeron que olía como a limón. A mí no me huele tan cítrico, me parece más bien anisado, pero es verdad que es muy fresco, y que le va genial al pan oscuro. 
Como además es un pan muy húmedo se conserva muy bien incluso en un lugar seco como Madrid. Ahora toca comprobar si es verdad eso que dicen, que el sabor mejora con los días. Habrá que comprar más mantequilla :)

jueves, 6 de septiembre de 2012

Retomando las viejas y buenas costumbres

Creo que es fácil adivinar dónde hemos estado... esta vez sí, después de más de un año de ausencia, volvimos a Lisboa:
Eso sí, el viaje empezó mucho antes, a este lado de la frontera. Pasamos primero unos días visitando algunos pueblos de Extremadura: de nuevo Olivenza, para que la conociera M.A., y también Montánchez y Zafra. Días de mucho calor, en los que había que cobijarse constantemente en la sombra y aprovechar para conocer los nuevos vinos de la zona. Así, en la plaza Chica de Zafra probamos los vinos Chacona de las bodegas La Pelina, vinos oscuros y carnosos, perfectos para el plato de magro al ajillo que acompañaron. 
No hay foto del plato, como tampoco la hay (¡no dio tiempo a hacerla!) del jamón que probamos en Montánchez, un pueblo serrano del sur de Cáceres en el que el jamón es el protagonista absoluto y que casi hizo saltar las lágrimas a M.A. (al probar el jamón, y al saber el precio comparado con los de Madrid).
En sus alrededores y desde las ruinas del castillo se veía un paisaje increíble, plagado de encinas, entre las que posiblemente se críen los cerdos más felices del planeta. Nosotros vimos algunos de ellos cuando nos perdimos por los caminos de Zarza de Montánchez, buscando esta encina, la Terrona:
Dicen que, con sus 800 años, es posiblemente la encina más vieja del mundo (por eso la pobre lleva desde hace poco tiempo unas "muletas", que evitan que se quiebren las ramas). Lo sea o no, pensar que ya echaba bellotas siglos antes de que se descubriera América, o de que empezara el Renacimiento, o de tantas otras cosas que nos parecen tan lejanas, me dejó bastante impresionada. Lo mismo que su tamaño, que en la foto no se aprecia del todo pero que en comparación con las encinas "normales" es bastante sorprendente. 
De aquí, esta vez sí, nos fuimos con casi toda la familia a la costa de Lisboa:
Confieso que ya no sé si Lisboa (y Portugal, en general) me gusta porque lo merece o porque ya le tengo tanto cariño que sólo veo en ella las cosas bonitas. Es cierto que a veces desespera ver tantos edificios abandonados, cada vez más, o comprobar cómo las aceras pierden poco a poco el pavimento de mosaico y se llena de baches, pero una siempre puede ver por encima de todo eso su glorioso pasado e intenta adivinar un futuro mejor, en los pocos edificios nuevos o rehabilitados, o en las bonitas tiendas nuevas que ocupan poco a poco los locales antes vacíos. 
Además, tenía además muchas ganas de las comidas de allí; cuando se puede, como ya conté alguna vez, en los pequeños restaurantes de barrio con los pratos do día escritos fuera, en manteles de papel:
No hay fotos de todo, pero sí de algunas cosas: del plato de peixe espada (lo que nosotros llamamos pez sable), muy típico de Lisboa y uno de mis favoritos, esta vez acompañado además de un buen cuenco de esparregado (una crema espesa de espinacas, una guarnición clásica y muy rica):
Del mousse de chocolate portugués, muy cremoso, hecho siempre con mucho huevo y con un sabor y textura diferente al que mi hermana y yo intentamos buscarle la razón, sin conseguirlo:
Y uno de mis imprescindibles, los bolos de arroz:
También recuerdo la sopa alentejana, de pan, ajo, cilantro y huevo, y todas las demás; las almejas, las espetadas de lulas, las sardinas, o el pão de Deus, un bollo tierno cubierto de azúcar, huevo y coco que no me dió tiempo de fotografiar antes de que M.A. lo devorase... Para bajar todo esto, nada mejor que los baños en el agua helada del Atlántico, perseguir a los sobrinos, echar alguna carrera vespertina o dar un largo paseo por la playa del Guincho, aprovechando que esos días no hizo mucho viento:
Y de Lisboa a Oporto... tuvimos suerte escogiendo el alojamiento y finalmente nos quedamos en un precioso apartamento de la calle Belomonte, a medio camino entre la Ribeira y del centro; una antigua casa portuense reformada en la que se podían ver los gruesos muros de granito con los que se construían las casas y rodeada de otros bonitos edificios con esas increíbles y estrechas fachadas de piedra, azulejos y metal que son posiblemente lo que más me gusta de esta ciudad:
Aquí tocaba subir y bajar cuestas y escaleras todo el día, así que no daba tanto reparo probar cosas tan ricas como el bacalhau con broa (con costra de pan de maíz):
El queijo de Serra (un hermano portugués de las tortas extremeñas), con higos confitados:
Los vinos, blancos y tintos, los de mesa o de postre...
O los dulces, como la densa tarta de almendra, con una base salada que la hace completamente viciosa:
También las francesinhas, que al contrario de lo esperado le encantaron a M.A. (y a mí, sin embargo, no demasiado...), el arroz com alheira y tomilho que probamos en Pimms la noche que decidimos darnos un homenaje, el pulpo a la brasa, y todos los cafés. A veces entrando en restaurantes humildes de barrio que íbamos encontrando, y otras veces probando los sitios nuevos que van cambiando la cara a la ciudad, como la Mercearia das Flores, donde se pueden encontrar y probar muchos productos portugueses en un local precioso. 
Una de las cosas que aún no conocía de Oporto era el mercado do Bolhão; tengo que reconocer que me puso un poco triste verlo tan vacío y un poco destartalado, aunque no sé si era por las fechas o porque yo llegué tarde (seguro que a primera hora de la mañana hubiera sido mucho mejor). De todos modos tuve suerte y encontré abiertas varias panaderías:
Así que llegué a tiempo de probar la broa de Avintes, un pan denso hecho con centeno y maíz, apenas fermentado y cocido durante largo tiempo a baja temperatura. Un pan muy peculiar, que tenía ganas de probar desde que se empezó a hablar de ello en el Foro de el Pan. Ya que no podía traer mucho peso en el vuelo de vuelta, compramos apenas un trocito para probar: es un pan de gusto extraño para quien no esté acostumbrado, algo dulce (como no está fermentado apenas no tiene ese sabor ácido de otros panes de centeno) húmedo, granuloso y sabroso. A M.A. no le ha gustado nada, yo sí lo he disfrutado pero desde luego no es un pan fácil:
Totalmente diferente era la fogaça, una especie de brioche de miga amarillenta y forma característica que también tenía muchas ganas de probar, y que fue nuestro desayuno del segundo día (si queréis ver cómo se le da forma, se puede ver en estos vídeos que grabó Bea, de La cocina de Babette):
Escribiendo todo esto me doy cuenta de la cantidad de cosas que hemos hecho y probado, y eso que me vuelvo con la sensación de haber dejado mucho por hacer. Así que estoy contenta, aunque siempre dé pena volver a realidad después de tantas cosas vividas y tantos días sin apenas leer los periódicos; al menos, lo hacemos con las pilas bien cargadas para empezar el otoño con alegría y ganas de hacer cosas nuevas y probar nuevas recetas.