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sábado, 22 de febrero de 2014

Klatkager (a veces me gustaría ser nórdica)

Es más fácil prepararlas que pronunciarlas: los daneses llaman klatkager a unas tortitas que preparan para aprovechar restos de arroz con leche, o también gachas de avena. La receta me pareció muy sencilla, así que, aunque no he probado las originales, me he aventurado a hacerlas.
Yo las conocí de pura casualidad, al leer un libro infantil que compré hace unos días en una librería de viejo: La llegada del cometa, de la serie de la familia Mumin (unos libros que ningún niño, ni adulto, debería perderse). Siempre me han chiflado estos libros, por las historias y por las ilustraciones de su autora, la escritora finlandesa Tove Jansson. En una de ellas se ve a Mumin y sus amigos comiendo klatkager, "gruesos crêpes hechos con arroz con leche". Me puse a buscar un poco, y aprovechando que había sobras de arroz con leche en casa, he preparado una versión sencilla.
Se trata de mezclar unos 200 ml de arroz con leche (aproximadamente) con un huevo batido, hasta conseguir una pasta como la de las tortitas, quizás un poco más espesa, y freírlas igual que las normales, en una plancha o sartén ligeramente untada con mantequilla. Se sirven con azúcar espolvoreado, canela, miel, o mermelada.
En las recetas danesas que he mirado había muchas variaciones: a veces se añade vainilla, a veces se bate la clara a punto de nieve, otras veces ponen miel, o un poco más de azúcar... dado que mi arroz con leche estaba bastante dulce y un poco caldoso, yo no he puesto más azúcar pero sí un poquito de harina para espesarlo más, aunque de todos modos me han quedado más finitos que los que se suelen ver en los blogs daneses; esto es porque el arroz con leche danés (risengrød) es muy muy espeso, como unas gachas gruesas. Para que sean más fieles a las originales se puede escurrir ligeramente el arroz con leche, pero yo he preferido aprovecharlo tal cual.
A Mumin parece que se le da mejor que a mí eso de darles la vuelta... yo casi la lío.
El resultado es bastante peculiar, porque la apariencia es la de una tortita pero al morder el sabor es diferente, y se notan los granos de arroz húmedos... si los comes calentitos y les pones azúcar y canela, el sabor recuerda un poco al relleno de los pasteles de Belém (los de verdad), cosa que no es extraña porque los ingredientes, salvo el arroz, son los mismos. 
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Pero no es por los klatkager que me gustaría ser nórdica. Ni porque quiera ser más alta o más rubia (que no), ni por lo mucho que me gusta su arquitectura y su literatura. M.A. dice que quiere ser sueco, o noruego, cada vez que ve algo que le disgusta de aquí (por ejemplo, esa española y horrible costumbre de hacer pis en la calle, o de entrar gritando a cualquier sitio...); yo le tomo prestada la expresión, porque llevo unos días en los que lo he pensado varias veces. 
Sé que tal y como están las cosas lo normal cabrearse sobre todo con los políticos y responsables en general de nuestros grandes males, pero de quejas hacia ellos ya está internet bien surtido y yo me desahogo a diario en casa. Lo que hoy me hace hervir la sangre, porque son las cosas que me hacen perder un poco la esperanza, son esos pequeños detalles y gestos cotidianos tan enraizados en la gente normal, la que te cruzas día a día, y sabes que van a durar mucho más que cualquier político, porque son fruto únicamente de la (poca) educación y de eso, no nos engañemos, vamos fatal.
Es el hecho, por ejemplo, de que en nuestro país se siga confundiendo la educación y la elegancia con la cantidad de dinero que tienes en el banco, el número de coches que guardas en el garaje o el apellido que lleves, y así día a día te cruzas con señoronas vestidas de visón hasta las cejas incapaces de dar las gracias si les cedes el paso al entrar en una tienda. 
Me fastidia sobremanera esa gente que desprecia o se asusta del que es diferente, y piensa por ejemplo que todo el que se manifiesta por una u otra causa es un perroflauta o un radical, aunque como nunca han salido de su barrio ni se han acercado a una manifestación no saben en realidad de qué va el asunto.
Me repatea la necia resistencia al cambio, que hace que cada vez que uno hace algo diferente, aunque sea algo pequeño o tan simple como decidir ir en transporte público o en bici en lugar de comprarte un coche que no te hace falta, se interprete como un gesto hippie o se piense que es por falta de recursos, en vez de pensar que es un acto consciente y meditado, una decisión casi vital, una manera de vivir tu vida según las reglas que tú mismo eliges y no las que se consideran "normales".
Podría seguir poniendo ejemplos de esto, que a mí me parece simplemente "paletismo de clase alta" (lo siento si alguien se ofende). Me paso mucho tiempo últimamente explicando por qué hago cosas de determinada manera, incluso a gente de mi misma edad, gente que ha estudiado, pero se siguen extrañando porque decidas hacerte el pan en casa o vivir de alquiler en vez de hipotecada. Y descubro que todas esas cosas que aquí se ven como extrañas son absolutamente normales en el norte de Europa. 
No es que yo tenga una visión idealizada de esas sociedades, sé que ellos tienen sus miserias, sus fanatismos, sus corrupciones y otras cosas. Pero lo poco que he conocido a gente de allí, o lo que he leído acerca de su manera de vivir, me hace envidiarles en muchos aspectos: lo normalizadas que tienen algunas costumbres como el reciclaje o el moverse en bicicleta, lo que mucho que cuidan y valoran sus servicios públicos (empezando por su educación), su respeto a la libertad personal (me refiero sobre todo a las mujeres) o sus políticas de ayuda a la maternidad. Me encanta su falta de complejos, que hace que allí, por ejemplo, sea normal pedir la comida que sobra para llevar, fabricarte ciertas cosas tú mismo o que funcionen otros modelos de comercio que aquí se siguen mirando con la nariz arrugada, como las tiendas de segunda mano (afortunadamente esto creo que sí está cambiando, aunque sea por la crisis y no un cambio de mentalidad). Me sorprende que allí, aunque en ciertas épocas casi no puedan salir a la calle por el tiempo, sin embargo respetan y cuidan su espacio público mucho más que nosotros, que sí lo usamos a diario, pero lo despreciamos. Y mucho más...
Afortunadamente, creo que hay muchas personas que últimamente también quieren ser nórdicas de vez en cuando, y que deciden hacer las cosas de una manera diferente. Ya sé que algunos cambios suponen a veces dejar atrás tradiciones muy nuestras, pero... que queréis que os diga: hay tradiciones que por muy nuestras que sean, yo prefiero dejarlas atrás.

viernes, 7 de febrero de 2014

Bolo do caco (pan plano de Madeira)

Nunca he estado en Madeira. Iré, es un viaje pendiente desde hace mucho, pero no quería esperar hasta entonces para probar una de las estrellas de su gastronomía, el bolo do caco. El año pasado los probé en un restaurante de Lisboa, en una versión algo diferente, y cuando leí la receta en el libro Cozinha Tradicional Portuguesa (del que ya hablé) me pareció que no era difícil hacerlos en casa. Me acordé de ellos hace poco, cuando hice otros panes en plancha (los muffins) y me sorprendió lo mucho que tenían en común, así que decidí intentarlo.
Según este libro, el bolo do caco se hace con una masa de pan corriente, de trigo, bien con levadura de panadería o con fermento natural (masa madre); después de fermentada, se forman bolas y se cuecen por ambos lados sobre una piedra muy caliente (o una plancha, en su defecto) hasta que forman una corteza fina y tostada. Se suelen servir calientes, abiertos y untados con mantequilla de ajo y perejil. 
También había leído que algunas veces se incorpora batata a la masa, y de hecho hay muchas recetas de este tipo en internet. Yo decidí probar a hacer esta versión, que le da un sabor diferente y un color precioso, aunque complica un poquito la receta (por eso la pongo como "receta en proceso").
En el libro no venía una receta exacta, sólo especifica que se hace con una masa normal, así que las cantidades dependen de la calidad de la harina usada y del porcentaje de batata que queramos poner. Yo fui ensayando, en los primeros intentos añadía unos 50 g de batata cocida para 250 g de harina, pero casi no se notaba; esta vez lo doblé, y han quedado muy ricos, aunque quizás es un poquito excesivo porque complica un poco el amasado. Dejo la receta escrita tal y como la he preparado y las variaciones que creo que le vendrían bien, para acordarme la próxima vez:

-100 g de masa madre (menos, si hace calor)
-200 g de harina (panadera, o mezcla de fuerza y floja)
-100 g de batata cocida (la próxima bajaré a 75 g)
-1/2 cucharadita escasa de sal
-1 pellizco de levadura (opcional)
-agua para ajustar la consistencia (a ojo, depende de la harina)
Se tritura la batata; se mezcla con la masa madre y el resto de ingredientes excepto el agua; ésta se añade muy poco a poco, lo justo para que se pueda integrar todo hasta que se pueda formar una bola. Se deja reposar 20-30 minutos. Se sigue amasando, y si en este momento vemos que la masa aún está un poco seca o demasiado dura se añade más agua (es mejor corregir ahora y no al principio, porque con tanta batata después del reposo a veces se ablanda bastante). Cuando está bien elástica y suave se mete en un bol aceitado y se deja fermentar (en mi caso, toda la noche en la nevera). 
Se divide la masa en porciones, según el tamaño que queramos: para un bollo individual serían de unos 80-100 g, pero se pueden hacer grandes, para compartir. Se hacen bolas y se estiran un poco con las manos o con un rodillo, hasta formar discos de 1,5-2 cm de grosor (hay que tener cuidado de no hacerlos muy planos o en la sartén se formará una burbuja, como en una pita). En la mayoría de las recetas se cuecen inmediatamente, a mí me han quedado mejor dejándolos reposar 1 hora más o menos. 
Se calienta una plancha y se van cociendo; para que se queden con la característica forma cilíndrica, lo mejor es que la plancha esté bastante caliente al principio; se le da una vuelta al poco de ponerlos, para que formen así las dos caras planas, y luego se baja el fuego un poco y se dejan unos minutos por cada lado para que se haga bien por dentro y se tueste por fuera. 
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Dice la tradición que se comen recién hechos; yo los prefiero con la miga un poco asentada, así que los dejo enfriar y luego los tuesto un poquito. Se prepara una mantequilla de ajo, mezclando (por persona) una cucharada de mantequilla con 1/2 diente de ajo machacado y un poco de perejil picado, y se untan los bolos abiertos y calentitos. 
Si se prefiere se pueden hacer sin la batata, entonces es más fácil: se hace una masa de harina blanca, con un 65% de agua aproximadamente, y se procede igual. También se pueden hacer con variaciones, como la que yo probé en Lisboa, que llevaba algarroba (¡qué rico!). 
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Al escribir la receta me acordé también de los últimos "regalos" ortográficos de los chinos de mi barrio, de los que a veces me traigo alguna foto de recuerdo: si antes fueron los níspelos, esta vez fueron las manzanas leinetas, los pimientos itarianos, la lechuga trocatero y...
... los moñatos. Y eso que la ñ es una letra española; qué grandes son.