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martes, 29 de octubre de 2013

Pan de arroz

Decía el libro de Dan Lepard, Hecho a mano, que éste es un buen pan para las tostadas del desayuno; yo desde luego no voy a discutirlo.
Es una fórmula bastante sencilla de pan de molde, hecho con levadura y leche y añadiendo a la masa una buena cantidad de arroz ya cocido y algo de miel; es perfecto para aprovechar restos de arroz cocido que hayan sobrado, y por eso es una buena receta de reciclaje de las que tanto me gustan a mí.
Como me temía (ya lo avisaba el libro) al llevar tanto arroz queda una masa bastante pegajosa, así que yo he aprovechado para darle trabajo a la amasadora, con la que todavía estoy en proceso de aprendizaje. Si no se tiene amasadora no pasa nada, sólo hay que tener paciencia con los reposos y una buena rasqueta para ir plegando, o añadir un poquito menos de leche. Por lo demás hice la receta tal cual viene en el libro, solo que el segundo levado lo hice en la nevera para alargarlo un poco.
Ha quedado un pan de tostadas estupendo, muy blandito (lo tapé con un paño recién salido del horno para que la corteza quedara así) y muy rico de sabor por la leche, el arroz y la miel.  
Las tostadas las hemos estado comiendo últimamente con cabello de ángel, una cosa que no se me hubiera ocurrido nunca; lo compré en Portugal hace poco, allí se vende con normalidad en el supermercado al lado de las mermeladas corrientes, el membrillo (marmelo) y el arrope. Mi idea era reservarlo para hacer un día unas empanadillas dulces o algo así, pero M.A. se adelantó y al final ha quedado para los desayunos. Éste además lleva un poquito de canela y piel de naranja y la verdad es que está muy rico.
Hacer pan en casa necesita a veces bastante tiempo, pero a cambio te da muchas satisfacciones: una de ellas es la de tener desayunos que de otra manera nunca probarías. Éste es uno de ellos, y es una manera estupenda de recibir el frío.

miércoles, 23 de octubre de 2013

Remedio para tardes torcidas

La tarde de ayer empezó rara: no es que pasara nada, pero todos los planes se iban fastidiando o había que pelearse con el mundo para que salieran. Para seguir, una llamada de las que te dan ganas de tirar el teléfono por el viaducto o liarte a patadas con él (no con la compañía telefónica, pero del estilo... qué gente más cerrada y áspera hay en este país) y para finalizar, un conductor que en pleno día lluvioso y con las calles llenas de charcos piensa que está solo en el mundo y que es buena idea pasar sobre ellos como si fuera Fernando Alonso. El resultado para los que esperábamos en el paso de peatones se puede imaginar.
Peeero... a media tarde tenía que acercarme a Sol, y decidí pasarme por la Mallorquina, a merendar en la barra. Normalmente pido un suizo, pero hoy tiré la casa por la ventana y pedí una bamba de nata. El café en vaso, como lo pide M.A. 
A partir de ahí la tarde empezó a mejorar. No salió el sol, porque ya no era hora, pero casi: en los recados que hice después la gente que me atendió era maja y sonreía, en el super no había cola... el mundo parecía un poco mejor. Seguramente lo que tenía era un subidón de azúcar, pero aunque sólo sea eso está bien saber que, a veces, funciona.

lunes, 21 de octubre de 2013

Vitaminas para el otoño

La semana que viene llega el horario de invierno y yo ya cuento los días que faltan para que vuelva el de verano; pocas cosas me cambian más el ánimo que ver cómo se acortan poco a poco las tardes. Por eso, y por muchas otras razones, M.A. y yo nos hemos propuesto - con poco éxito por ahora - intentar llevar un horario más a la "europea", adelantando un poco las horas de las comidas y aprovechando algo más el día. Ésta es una ensalada perfecta para una de estas comidas tempranas: es fácil, está rica y cargada de vitaminas.
Para 2 personas se necesitan:
-1 o 2 piezas de remolacha, según el tamaño
-2 zanahorias
-1 buen puñado de judías verdes
-1 conserva de pescado azul (caballa, sardinas, arenques... en este caso sardinas en escabeche)
-agua, sal, aceite y pimienta
La remolacha se puede comprar ya cocida; en mi caso la compré fresca y la cocí en casa, entera, hasta que estuvo tierna (algo más de media hora). Si viene con hojas se pueden aprovechar. Se cuecen aparte, enteras, las zanahorias (unos 12 minutos aproximadamente) y las judías (unos 8-10 minutos o al gusto), poniéndolas en agua muy fría al sacarlas del agua para que conserven el color. También se pueden hacer al vapor.
Se corta la verdura en bastones o trozos pequeños y se sirve templada; puede ser mezclando todos los ingredientes o, si no queremos que la remolacha manche las otras verduras, ir haciendo capas poniendo por último el pescado (a mí me ha quedado un poco fea, pero con un aro de emplatar o un poco más de gracia seguro que queda estupenda). Se aliña con sal, aceite y pimienta o se prepara una vinagreta.
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Como decía antes, no consigo acostumbrarme a los días cortos y a la falta de luz; sin embargo hay una cosa que quizás me pasa porque me estoy haciendo mayor, o por alguna otra razón, y es que cada vez agradezco más que vuelva el frío; puede que sea porque éste último verano ha venido con un calor criminal y quería que pasara, porque nunca me ha entusiasmado la playa ni la piscina y no las echo especialmente de menos (soy de secano, qué le vamos a hacer) o simplemente porque me gusta lo de dormir con edredón.
O puede que sea porque ya puedes comer cocido, o merendar unas migas con chocolate... O porque desde que voy a correr (o ahora que estoy empezando a usar la bici) aprecio mucho más los días fresquitos, en los que además ya puedes encender el horno y volver a hacer pan, o magdalenas, sin morir en el intento. También, ir a caminar a la sierra, entre encinas, jaras y enebros:

 ... a ver las enormes y preciosas formaciones de granito (pinchad en la foto si la queréis ver más grande), a buscar y fotografiar setas para aprender poco a poco a distinguirlas...

... o a sorprenderte con las formas y colores de plantas que nunca hubieras imaginado que se crían en sitios tan cercanos a tu casa (después de mucho buscar, supe que se trataba de una peonía). 
Ya lo he dicho otras veces, no hace falta viajar al trópico para encontrar cosas increíbles... sólo hay que saber mirar y, claro, ser capaz de interesarse por estas pequeñas cosas. Y darse cuenta de que, por muy acostumbrada que estés a la dehesa o por muy común o familiar que te resulte este paisaje, es algo realmente único, diferente, y lleno de sorpresas. Como decía, desde luego cada vez me gustan más los días grises.